El lenguaje médico no podía dejarse de un lado tratándose, básicamente, de las memorias de Paul, un médico y más que eso, un neurocirujano y no cualquiera, uno perteneciente a la élite de los neurocirujanos. La nata de la pura nata de la leche, al haber sido educado nada más y nada menos que en la mítica escuela de medicina de Stanford.
Leí las páginas de un solo tajo. Como quien hace el truco de beber de una gran botella de agua sin tomar ni una sola bocanada de aire. Sin pausas y sin apuros. Poco a poco, deslicé mis dedos por las páginas inexistentes de mi libro digital y paré, nomás un par de veces para tomar más agua o desechar la que había ya circulado por mis riñones.
Muchas
lecciones me quedaron dando vuelta por la cabeza luego de esa lectura enérgica
y estimulante.
¿Cuánto
me queda?
Quizás la
pregunta que todos sabemos muy dentro de nuestro interior y de la que
quisiéramos tener una honesta respuesta. O quizás no. En este caso Paul, el
brillante neurocirujano con todo un tremendo futuro por delante (soñaba con ser jefe de su
propio laboratorio de investigación en asuntos del cerebro y por supuesto el jugoso salario que lo acompaña, aparte del prestigio que eso trae consigo) resulta
tener un tumor, un cáncer en el pulmón que resulta ser tratable. Se somete a
los esquemas terapéuticos recomendados y una luz se vislumbra al fondo del camino
al darse cuenta de que su cáncer está en proceso de remisión. Y se hace
continuamente la pregunta. ¿Cuánto tiempo me queda? Su doctora de cabecera duda
a darle una respuesta certera pues los médicos, aunque cuentan con herramientas
matemáticas a su disposición (las frías estadísticas o los gráficos de Kaplan-Meier) no
pueden predecir la capacidad de supervivencia de un paciente con más precisión
que el pronosticador más ducho del telediario de las seis. Paul piensa, si me
queda un año, lo pasaré con mi familia. Diez años serían suficiente para
escribir unos cuantos libros. Veinte años valdría la pena vivirlos practicando
nuevamente la neurocirugía.
“El problema es que tú no puedes decirle a un
paciente concreto dónde se sitúa su caso en la curva estadística: ¿morirá al
cabo de seis o de sesenta meses? Yo había llegado a la conclusión de que es una
irresponsabilidad ser más preciso de lo que uno puede saber con exactitud.
Aquellos supuestos médicos que daban cifras concretas («El médico me ha dicho
que me quedan seis meses de vida») ¿quiénes eran, me preguntaba, para
expresarse así, y quién les había enseñado estadística?”
El Poder
del Uniforme
Decía
Facundo Cabral, que había que acabar con los uniformes que le dan poder a la
gente. “qué diablos es un general desnudo?”. Al final, como dicen los niños en
sus juegos infantiles, todos somos “eso, costillas y sesos, con un pedazo de
pescuezo”.
“¿Por qué me comportaba con tanta autoridad con la ropa de cirujano y con tanta docilidad, en cambio, con una bata de paciente?”
“Me dieron el brazalete de plástico que llevan
todos los pacientes, me puse la familiar bata hospitalaria de color azul claro,
pasé junto a enfermeras cuyos nombres conocía y me asignaron una habitación: la
misma en la que yo había visto a centenares de pacientes a lo largo de los
años. En esa habitación me había sentado a hablar con ellos y les había hablado
de diagnósticos terminales y de complejas operaciones; en esa habitación había
felicitado a pacientes que se habían curado de su dolencia y había visto su
alegría ante la perspectiva de reanudar sus vidas; en esa habitación había
certificado la muerte de otros. Me había sentado en esas sillas, me había
lavado las manos en la pila, había garabateado instrucciones en la pizarra
acrílica, había cambiado el calendario. Incluso, en ciertos momentos de
completo agotamiento, había deseado echarme en esa cama y dormirme. Y ahora
estaba tumbado allí, totalmente despierto. Una joven enfermera, a la que no
conocía, asomó la cabeza. —El doctor vendrá enseguida. Y de esta manera, el
futuro que había imaginado, el que estaba a punto de hacerse real, la
culminación de décadas de esfuerzo, se evaporó.”
El
Sentido de la Vida Humana
“Lo que
me impulsaba no era tanto obtener éxitos académicos como tratar de comprender
de verdad qué es lo que da sentido a la vida humana.”
Paul
también había estudiado literatura y mientras va haciéndose cada vez más
consciente de su propia mortalidad, recuerda la lectura de los grandes maestros
de la literatura que también se enfrentaron en algún momento de sus vidas a las
grandes preguntas.
“Nabokov, por su percepción de que nuestro
propio sufrimiento puede volvernos insensibles al de los demás….Conrad, por su
aguda conciencia de que la falta de comunicación entre las personas puede tener
un tremendo impacto en sus vidas.”
El cerebro
es ese mecanismo sofisticado que no acabamos de comprender del todo que nos
permite ser quienes somos, establecer relaciones con los demás y, de igual
forma el mecanismo que nos otorga algún nivel de conciencia que a la vez nos
permite darnos cuenta de cuál es el sentido de nuestra vida pero no está exento
de fallos. Y los fallos en ese artilugio pueden ser catastróficos.
“De alguna forma, pensaba, el lenguaje de la
vida tal como lo experimentábamos —el lenguaje de la pasión, del hambre, del
amor— debía de mantener una relación, por compleja que fuera, con el lenguaje
de las neuronas, del tubo digestivo y de los latidos cardiacos.”
La
experiencia deshumanizante de convertirse en médico
Son pocas
las personas que tienen acceso a un laboratorio de anatomía. Ese lugar que
entre otras cosas presenta la particularidad de poder ver los mecanismos de la “formidable
máquina humana”
“La experiencia oscila entre lo conmovedor y lo
trivial: estás violando uno de los tabúes básicos de la sociedad, pero, al
mismo tiempo, el formaldehído es un potente estimulante del apetito y te entran
unas ganas tremendas de comerte un burrito.”
“Aunque trabajes con un muerto cuya cara está
tapada y cuyo nombre ignoras, su humanidad surge ante tus ojos en el momento
menos pensado: al abrir el estómago de mi cadáver, me encontré dos píldoras de
morfina no digeridas, lo que indicaba que había muerto entre dolores y tal vez
solo, manipulando a tientas la tapa de un frasco de píldoras.”
“El laboratorio de anatomía, al final, deja de
ser el escenario de la violación de algo sagrado para convertirse más bien en
una rutina que interfiere con la happy hour del bar, y resulta desconcertante
darse cuenta de ello. En nuestros escasos momentos de reflexión, todos nos
disculpábamos en silencio ante nuestros cadáveres: no porque percibiéramos la
transgresión, sino porque no la percibíamos.”
Publicaré
algunos otros de los fragmentos de la obra de Paul que más me impactaron en un
próximo post. Gracias por leer.
El libro "Recuerda que vas a morir. Vive. de Paul Kalanithi" esta disponible en Amazon.
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