Tuvo una vida fugaz. Casi tan fugaz como los fuegos artificiales que iluminan y alegran las noches festivas de la fiesta de la Purísima.
Pero a la vez fue más que un brillo irrepetible en el firmamento nocturno de las noches (algunas veces frías) de Masatepe.
El lunes, por esos azares del destino me despedí de él y estaba medio triste. Pero siempre que lo dejaba se ponía triste por la separación y la ausencia. Eso lo podía ver cualquiera en sus ojos. Solía ser un perro muy independiente y esa noche junto a seis perros más del vecindario, se despidió del mundo.
Yo pienso que me lo envenenaron. Su cadáver fue encontrado por Don Chalío en el arroyo, allá abajo.
Pasé varios días escuchando sus ladridos tristes de las noches de luna llena. A veces, en la claridad del día, miraba su sombra negra traspasando el patio o enrrollado en la gramilla del ranchito.
No sé por qué ocurriría lo que ocurrió pero a veces siento nostalgia de él. Era un buen perro. Siempre recordaré los días en que le bañaba y como una vez huyó de mis manos a medio enjabonar.
Tonky tan joven que eras y ya pasaste por una fugaz existencia en este mundo!
Hoy amanecí con la idea de que si los perros van al cielo. Mi papa que es medio teólogo y ha estado leyendo los libros de C.S. Lewis, me dijo que la existencia de los animales está intrínsicamente ligada con la existencia de los dueños y que en el cielo de cada uno de nosotros estaremos acompañados por aquellos seres que fueron más queridos. Si esto es así, el día que llegue ahi, seguramente me encontraré con una infinidad de mascotas, amadas compañeras de la infancia y de la vida.
Si Lewis tenía razón, posiblemente en el más allá, me encuentre con el Tonky y seguramente perseguirá con su energía característica los huesos de pollo, los tucos de pan o las galletas que compartía con él. Y seguramente correrá alegremente en los verdes campos junto con el Chiquitín.
Sirva esto para mantener su memoria viva en mi recuerdo.
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