Me acordé de Julio Monsalvo, ese gran amigo que me encontré en mi camino por la vida y aquella vivencia que contó. Me dijo que una vez estuvo haciendo unos ahorros y que al fin decidió que tenía lo suficiente para comprarse un regalo que deseaba desde hacía mucho tiempo. Al llegar a la tienda y pedir que lo envolvieran con ese papel festivo del que siempre se llenan los almacenes para las épocas navideñas nadie se imaginó que lo empacaba para sí mismo.
"Me dije... Julito, te merecés este regalito!, disfrutalo!"- me contó mientras tomábamos un mate en uno de los bares del Malecón que está en las orillas del Lago de Managua.
Esa sensación de ver que empacan tu propio regalo es muy bonita, sobre todo cuando uno sabe lo que hay en el interior del paquete y sabe que adentro está un regalo especial por el que ahorraste durante algún tiempo.
Ese año yo también me regalé a mi mismo. Me sentí contento con el disco que contenía los grandes éxitos de Céline Dion.
Sentado en una banca de Metrocentro mientras los villancicos navideños rodeaban el ambiente festivo, descubrí poco a poco la cubierta de colores dorados y rojizos para darle paso a la sorpresa maravillosa de encontrarme con el regalo que hubía deseado durante tantos meses.
Muchas veces el asunto es otorgarnos a nosotros mismos el permiso de disfrutar de aquellas cosas que siempre hemos deseado y que muchas veces hemos regalado a otros pero hemos sido incapaces de regalarnos a nosotros mismos.
En este caso, el regalo de la música resuena imperecedero en los audífonos de mi reproductor de Mp3. Cada vez que escucho los éxitos de la increíble cantante canadiense me acuerdo de Julio Monsalvo y cómo me enseñó que a veces los mejores regalos son los que nos otorgamos a nosotros mismos.