Acabo de terminar la lectura de este excelente libro de Krishnamurti que me dejó con muchas ideas dando vueltas en mi cabeza. Comparto en esta ocasión las ideas que más llamaron mi atención, deseándoles siempre que parezcan tan interesantes a Uds. como a mi. ¡Feliz lectura!
La educación convencional hace sumamente difícil el pensamiento
independiente. La conformidad conduce a la mediocridad. Ser diferente del grupo
o resistir el ambiente no es fácil, y a menudo es peligroso, mientras rindamos
culto al éxito.
En la búsqueda de bienestar y comodidad generalmente nos refugiamos en
un rincón de la vida donde encontramos un mínimo de conflictos, y entonces
tenemos miedo de salir de este refugio. Este temor a la vida, este terror a la
lucha y a las nuevas experiencias, mata en nosotros el espíritu de aventura.
Hay muchos que se rebelan contra la ortodoxia establecida sólo para caer
en otras ortodoxias, en otras ilusiones y en ocultas indulgencias para sí
mismos.
¿Qué valor tiene la educación si no la descubrimos jamás?
Mientras la educación no cultive una visión integral de la vida, tiene
muy poca significación.
La educación debe efectuar la integración de estas separadas entidades,
porque sin integración la vida se convierte en una serie de conflictos y
sufrimientos.
Todos nosotros hemos sido adiestrados por la educación y el ambiente
para buscar el medio personal y la seguridad, y para luchar en beneficio
propio.
Nuestra educación actual está acoplada a la industrialización y a la
guerra, siendo su fin principal desarrollar la eficiencia, y nosotros nos
encontramos capturados en esta maquinaria de competencia despiadada y mutua
destrucción. Si la educación nos ha de llevar a la guerra, si nos enseña a
destruir o ser destruidos, ¿no ha fracasado totalmente?
Inteligencia es la capacidad para percibir lo esencial, lo que «es» y
educación es el proceso de despertar esta capacidad en nosotros mismos y en los
demás.
El hombre ignorante no es el iletrado, sino el que no se conoce a sí
mismo; y el hombre instruido es ignorante cuando pone toda su confianza en los
libros, en el conocimiento y en la autoridad externa para derivar de ellos la
comprensión.
Lo que ahora llamamos educación es la acumulación de datos y conocimientos
por medio de los libros, cosa factible a cualquiera que puede leer.
Según está ahora organizada la sociedad, enviamos a nuestros hijos a la
escuela para aprender alguna técnica con la cual puedan finalmente ganarse la
vida. Queremos hacer de nuestros hijos, ante todo, especialistas, esperando así
darles estabilidad económica segura. Pero ¿acaso puede la técnica capacitarnos
para conocernos a nosotros mismos?
El hombre que sabe desintegrar el átomo, pero no tiene amor en su
corazón, se convierte en un monstruo.
Al parecer necesitamos de preparación técnica; pero una vez graduados de
ingenieros, médicos, o contables, entonces ¿qué? ¿Es la práctica de una
profesión la plenitud de la vida? Aparentemente así es para muchos de nosotros.
Nuestras profesiones pueden mantenernos
ocupados la mayor parte de nuestra existencia, pero las mismas cosas que
producimos y que nos fascinan, causan nuestra destrucción y nuestra miseria.
Nuestras actitudes y nuestros valores hacen de las cosas y de las ocupaciones
instrumentos de envidia, amargura y odio.
Cuando la función de ejercer una profesión es de máxima importancia, la
vida se hace aburrida y oscura, convirtiéndose en una rutina mecánica, de la
cual huimos por medio de toda clase de distracciones. La acumulación de hechos
y el desarrollo de la capacidad intelectual, a lo cual llamarnos educación, nos
ha privado de la plenitud de la vida y de la acción integradas. Es porque no
entendemos el proceso total de la vida que nos aferramos tanto a la capacidad y
la eficiencia, que de esta manera asumen avasalladora importancia. Pero el todo
no puede comprenderse si sólo estudiamos una parte. El todo sólo puede
comprenderse mediante la acción y la vivencia.
La verdadera educación, al mismo tiempo que estimula el aprendizaje de
una técnica, debe realizar algo de mayor importancia; debe ayudar al hombre a
experimentar, a sentir el proceso integral de la vida.
No existe método alguno por medio del cual se pueda educar a un niño
para que sea libre e íntegro. Mientras nos preocupamos por los principios, los
ideales y los métodos, no ayudamos al individuo a libertarse de sus actividades
egocéntricas con todos sus temores y conflictos.
Lo que debe ser resulta mucho más importante para nosotros que lo que es
o sea, el individuo con sus complejidades.
Mirar al futuro, luchar por un ideal, indica pereza mental y deseo de
evitar el presente.
Los seres humanos no son máquinas destinadas a trabajar según un modelo
determinado.
Hemos permitido que los gobiernos y los sistemas se encarguen de la
educación de nuestros hijos y de la dirección de nuestras vidas; más los
gobiernos quieren técnicos eficientes, y no seres humanos, porque los seres humanos son peligrosos para los
gobiernos, así como también para las religiones organizadas. Por esto los
gobiernos y las organizaciones religiosas buscan el dominio sobre la educación.
Tenemos que estar dotados de gran comprensión, tenemos que poseer la
fuerza de la paciencia y del amor.
La libertad no significa la oportunidad de lograr la satisfacción propia
o el ignorar la consideración a los demás.
En el amor al niño se encuentra implícita la verdadera educación. Pero
la mayor parte de nosotros no amamos a nuestros hijos; sentimos ambición por
nosotros mismos.
Sin respeto a la vida humana, el conocimiento sólo conduce a la
destrucción y la miseria.
La inteligencia es el discernimiento de lo esencial, y para discernir lo
esencial hay que estar libre de los impedimentos que la mente proyecta en busca
de su propia seguridad y comodidad.
No tener miedo es el principio de la sabiduría, y solo la verdadera
educación puede lograr la liberación del temor, en la cual existe únicamente la
profunda inteligencia creadora.
El premio o el castigo por una acción lo único que hace es fortalecer el
egoísmo. Actuar por respeto o consideración a otra persona, en el nombre de
Dios o de la patria, conduce al temor y el temor no puede ser la base de la
acción bueno. Si quisiéramos ayudar al niño a ser considerado para con los
demás, no deberíamos usar el amor como soborno, sino que debiéramos tomar el
tiempo necesario y tener la paciencia de explicar las formas de la
consideración.
Lo que llamamos religión es simplemente una creencia organizada, con sus
dogmas, ritos, misterios y supersticiones. Cada religión tiene su propio libro
sagrado, su mediador, sus sacerdotes y sus fórmulas para amenazar y retener a
la gente. La mayor parte de nosotros hemos sido condicionados a todo esto, que
se considera educación religiosa; pero este condicionamiento coloca al hombre
frente al hombre, crea antagonismo, no sólo entre los creyentes, sino también
contra los que tienen otras creencias. Aunque
todas las religiones afirman que adoran a Dios y dicen que debemos amarnos los
unos a los otros, inculcan el temor con sus doctrinas de premios y castigos, y
con sus dogmas de competencia perpetúan la suspicacia y el antagonismo. Los
dogmas, los misterios y los ritos no conducen a la vida espiritual. La
educación religiosa, en su verdadero sentido, ha de estimular al niño a
comprender su propia relación con las personas, las cosas y la naturaleza.
La verdadera religión no es un conjunto de creencias y ritos, esperanzas
y temores; y si podemos permitir al niño que crezca sin estas influencias
perjudiciales, entonces quizá, según vaya adquiriendo madurez, comenzará a
inquirir la naturaleza de la realidad, de Dios. Por eso, para educar a un niño
es necesario tener profundo conocimiento y comprensión.
La verdadera religión es el cultivo de la libertad en la búsqueda de la
verdad. No puede haber componenda con la libertad. La libertad parcial del
individuo no es libertad. Cualquier condicionamiento, ya sea político o
religioso, no es libertad, y por lo tanto no podrá jamás traer paz.
La religión organizada es el pensamiento congelado del hombre, del cual
edifica templos e iglesias; se ha convertido en solaz para los temerosos, y en
opio para los afligidos. Pero Dios o la verdad, están mucho más allá del
pensamiento y de las demandas emocionales. Los padres de familia y los
maestros, que reconocen los procesos psicológicos que infunden miedo y
tristeza, deben poder ayudar a los jóvenes a observar y entender sus propios
conflictos y aflicciones.
Si somos incapaces de lograr la paz y el orden en el mundo, cambiando
profundamente nuestra manera de ser, ¿de qué valen los libros sagrados y los
mitos de las varias religiones?
¿No sería, por lo tanto, más significativo empezar cada día en el hogar
y en la escuela con algún pensamiento serio, o con un ejercicio de lectura que
tenga profundidad y significación, más bien que mascullando palabras o frases
frecuentemente repetidas?
Si los jóvenes tienen el espíritu de investigación y buscan
constantemente la verdad de todas las cosas, ya sean políticas o religiosas,
personales o ambientales, entonces la juventud tendrá una gran significación y
hay esperanza de un mundo mejor.
La mayoría de los padres y los maestros le temen al descontento porque
perturba todas las formas de la seguridad; y por eso estimulan a los jóvenes a
superarlo por medio de empleos permanentes, de herencias, alianzas
matrimoniales y el consuelo de los dogmas religiosos. Las personas mayores
conociendo demasiado bien las muchas maneras de entorpecer la mente y el
corazón, proceden a embotar al niño tanto como ellos lo están, imponiéndole
autoridades, tradiciones y creencias que ellas mismas han aceptado.
Debemos aprender a pensar con claridad y sin prejuicios, para no
sentirnos interiormente esclavizados y temerosos.
El descontento es el medio que conduce a la libertad; pero para inquirir
sin prejuicios, no debe haber ninguna exacerbación emocional, que a menudo se
presenta en forma de reuniones políticas, gritos de combate, búsqueda de un
«gurú» o maestro espiritual u orgías religiosas de todas clases. Este exceso
emocional embota la mente y el corazón, incapacitándolos para intuir y por lo
tanto haciéndolos fácilmente moldeables por las circunstancias y el miedo. Es
el deseo vehemente de investigar, y no la fácil imitación de la multitud, lo
que ha de producir una nueva comprensión de las modalidades de la vida.
Seguir a otro, por grande que sea, o adherirse a una ideología
lisonjera, no ha de contribuir a la paz mundial.
Mientras el éxito sea nuestra meta, no podemos liberarnos del temor,
porque el deseo de triunfar, inevitablemente engendra el temor al fracaso.
Sólo puede haber acción integral si uno comprende su propio
condicionamiento, sus prejuicios raciales, nacionales, políticos y religiosos;
es decir, si uno se da cuenta de que las modalidades del «yo» tienden siempre a
la separatividad.
La verdadera observación de sí mismo y a vivir la vida en su totalidad,
lo cual no es dar significación sólo a una parte, al «mi», y a «lo mío», sino
ayudar a la mente a ir por encima y más allá de sí mismo para descubrir lo
real.
La verdadera educación es de suprema importancia no sólo para los
jóvenes, sino también para los viejos si quieren aprender y no están ya
anquilosados. Lo que somos en nuestro fuero interno es mucho más importante que
la cuestión tradicional de qué se le debe enseñar al niño, y si amamos a nuestros
hijos, deberemos procurar que tengan verdaderos educadores.
Cuando un niño tiene el impulso creativo de pintar, pinta, sin cuidarse
de la técnica.
El ser humano integrado llegará a la técnica a través de la experiencia,
porque el impulso creativo crea su propia técnica —y ése es el arte supremo—.
Cuando un niño tiene el impulso creativo de pintar, pinta, sin cuidarse de la
técnica. De la misma manera, las personas que están «viviendo», y por lo tanto
enseñando, son los únicos verdaderos maestros; y ellos a su vez crearán su
propia técnica.
Hoy por hoy, la mayor parte de nosotros estamos agotados a los cuarenta
y cinco o cincuenta años de edad, por la esclavitud de la rutina, por causa de
la sumisión, del temor y de la aceptación; para nada servimos, aunque luchemos
en una sociedad que tiene muy poca significación, excepto para los que la
dominan y están seguros. Si el maestro ve esto y vive él mismo en realidad,
entonces, cualesquiera que sean su temperamento y sus habilidades, su enseñanza
no será asunto de rutina y si un instrumento de ayuda.
La verdadera educación significa el despertamiento de la inteligencia,
la creación de la vida integral, y solamente esta clase de educación puede
crear una nueva cultura y un mundo pacífico;
Las revoluciones sangrientas no pueden resolver jamás nuestros
problemas. Sólo una profunda revolución interna que altere todos nuestros
valores puede crear un ambiente diferente, una estructura social inteligente; y
tal revolución sólo la podemos hacer usted y yo.
La eternidad no está en el futuro; la eternidad es ahora.
El conocimiento de uno mismo es el principio de la libertad, y es sólo
cuando nos conocemos que podemos crear el orden y la paz.
La educación moderna nos está convirtiendo en seres irreflexivos; hace
muy poco para ayudarnos a descubrir nuestra vocación individual. Aprobamos
ciertos exámenes, y entonces, con buena suerte, conseguimos una colocación que
a menudo significa una rutina interminable por el resto de la vida.
La tendencia a la sumisión, que es el deseo de seguridad, engendra temor
y les da precedencia a las autoridades políticas o religiosas, a los héroes y
líderes que incitan al sometimiento y por quienes estamos sutil o groseramente
dominados; pero no someterse es sólo una reacción contra la autoridad, y no nos
ayuda en modo alguno a convertirnos en seres humanos integrados.
Una mente que piensa de acuerdo con la tradición no puede descubrir lo
que es nuevo.
Los temores ocultos a menudo se presentan en los sueños y en otras
formas de insinuación, y causan mayor deterioro y conflicto que los temores
superficiales.
Seguir una autoridad es la negación de la inteligencia. Aceptar la
autoridad es someternos al dominio, subyugarnos a un individuo, a un grupo o
una ideología, ya sea religiosa o política; y este sometimiento de uno mismo a
la autoridad es la negación, no sólo de la inteligencia, sino también de la
libertad individual.
La inteligencia es la capacidad para entender los procesos de la vida;
es la percepción de los verdaderos valores.
La sabiduría no se logra a través del miedo ni de la opresión, sino de
la observación y de la comprensión de todos los incidentes en las relaciones
humanas.
Las ideas, como las creencias, no pueden nunca unir a los hombres si no
es en grupos discordantes.
Debemos darnos cuenta de que mientras nos identifiquemos con un país,
mientras nos aterremos a la seguridad, mientras estemos condicionados por los
dogmas, habrá lucha y miseria dentro de nosotros y en el mundo.
¡Es todo tan estúpido y antinatural! Indudablemente los seres humanos
son más importantes que los linderos nacionales o ideológicos.
El patriotismo es un obstáculo para la felicidad humana, no tenemos que
luchar contra esta falsa emoción en nuestro ser nos habrá abandonado para
siempre.
Educar a la gente sólo para ser maravillosos ingenieros, brillantes
científicos, hábiles ejecutivos, o buenos trabajadores, nunca llegará a unir a
los opresores con los oprimidos; y podemos ver que nuestro actual sistema
educativo, instigador de las muchas causas que provocan enemistad y odio entre
los seres humanos, no ha impedido el asesinato en masa en nombre de la patria o
en nombre de Dios.
¿Qué base real existe para establecer diferencias entre los seres
humanos? Nuestros cuerpos pueden ser diferentes en estructura y color, nuestros
rostros pueden ser distintos; pero por dentro somos bastante parecidos:
orgullosos, ambiciosos, envidiosos, violentos, sexuales, anhelosos de poder, y
así sucesivamente. Quitémonos el rótulo y quedaremos bien desnudos; pero no queremos
enfrentarnos a nuestra desnudez y es por eso que insistimos en la etiqueta, lo
cual indica cuán inmaduros y cuán infantiles realmente somos.
El Estado soberano no quiere que sus ciudadanos sean libres ni que
piensen por sí mismos, y los dirige, por medio de propaganda, de la
interpretación errónea de la historia y por otros medios.
La verdadera educación llegará a ser universal si empezamos por lo
inmediato, si nos entendemos nosotros mismos en nuestra relación con nuestros
hijos, con nuestros amigos y vecinos. Nuestros propios actos en el mundo en que
vivimos, en el mundo de nuestra familia y de nuestros amigos, ejercerán una
influencia
Se puede ser un verdadero maestro en el hogar y las oportunidades se
presentan a los que actúan con seriedad.
El dinero invariablemente corrompe, a menos que haya amor y
entendimiento.
El interés mutuo trae la cooperación.
Es de gran importancia que cada uno busque lo que quiere hacer y luego
vea si vale la pena hacerlo.
Educar al educador —es decir, hacer que se entienda a sí mismo— es una
de las empresas más difíciles, porque la mayor parte de nosotros estamos ya
cristalizados dentro de un sistema de pensamiento o dentro de un molde de
acción; nos hemos dado ya a una ideología, a una religión, o a una norma determinada
de conducta. Por esto enseñamos al niño qué pensar y no cómo pensar.
La verdadera educación es una tarea mutua, que exige paciencia,
consideración y afecto.
¿Se preguntan los padres alguna vez por qué tienen hijos? ¿Es acaso para
perpetuar su nombre o para mantener su propiedad? ¿Quieren hijos meramente para
su propio deleite, para satisfacer sus necesidades emocionales? Si es así,
entonces los hijos se convierten en meras proyecciones de los deseos y temores
de sus padres.
El sufrimiento de los padres por sus hijos es una forma de compasión
posesiva de sí mismos que sólo existe cuando no hay amor.
Si los niños han de estar libres de temor —ya sea de sus padres, de su
ambiente o de Dios— el propio educador no debe tener temor. Pero ésa es la
dificultad: encontrar maestros que no sean víctimas de alguna clase de miedo. El temor restringe el pensamiento y limita
la iniciativa; y un maestro lleno de miedo no puede de ninguna manera enseñar
la profunda significación de estar libre de él.
Toda autoridad es un inconveniente, y es esencial que el maestro no se
convierta en autoridad para sus alumnos.
Para ser un verdadero educador, un maestro debe estar constantemente
independizándose de los libros y los laboratorios:
Sabe que la realidad o Dios se manifiesta sólo cuando hay conocimiento
propio y por lo tanto libertad.
Los temores que nacen del anhelo de tener éxito y logros en la vida.
La repetición y el hábito estimulan la mente a la pereza; se necesita un
choque emocional para despertarla, que es lo que entonces llamamos problema.
La libertad está al principio; no es algo que ha de alcanzarse al final.
Si uno se siente frustrado en su trabajo, seguramente se cansará y se
aburrirá. Si uno no siente interés, evidentemente no debe continuar enseñando.
Uno enseña porque quiere que el niño sea rico interiormente, para que
sepa dar a las posesiones materiales su verdadero valor.
El amor no se crea firmando un contrato, ni está basado en el
intercambio de placeres, ni en la mutua seguridad y confortación. Todas estas
cosas son de la mente, y es por eso que el amor ocupa una parte tan pequeña de
nuestras vidas. El amor no es de la
mente; es absolutamente independiente del pensamiento, con sus cálculos sagaces
y sus demandas y reacciones de propia protección. Cuando hay amor, el sexo no
es jamás un problema, es la falta de amor lo que crea el problema.
Cuando, consciente o inconscientemente, nos valemos de algo para huir de
nosotros mismos, nos hacemos esclavos de ello. Depender de una persona, de un
poema, o de cualquier otra cosa, como medio de escape de nuestras penas y
ansiedades, aunque enriquece momentáneamente, sólo crea más conflictos y
contradicciones en nuestras vidas.
El culto del éxito en cualquier campo resulta indudablemente en
detrimento de la inteligencia.
Cuando somos interiormente pobres, nos entregamos a toda clase de
ostentación de riquezas, poder y posesiones. Cuando nuestros corazones están
vacíos, coleccionamos objetos.
La belleza está todavía allí, pero ya no la vemos; fue absorbida por la
monotonía del diario vivir.
Cuando uno quiere realmente escribir un poema, lo escribe; si se domina
la técnica, mucho mejor; pero ¿para qué recalcar lo que es simplemente un medio
de comunicación, si uno no tiene nada que decir? Cuando hay amor en nuestros
corazones, no buscamos un método para expresar en palabras nuestros
pensamientos o emociones.
La libertad primera y última, La única revolución y Las notas
de Krishnamurti. A la edad de 90 años dio una conferencia en la ONU acerca de la paz y
la conciencia, y recibió la Medalla de la Paz de la ONU en 1984. Su última
conferencia fue dada un mes antes de su muerte en 1986.
2 comentarios:
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La Educación y el Significado de la Vida de Krishnamurti
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