Quand le mystère est trop impressionnant, on n'ose pas désobéir.
Seguramente hubiera mostrado algún signo que indicase su interés pero ciertamente no era así. Por más gesticulación que inventaba en el momento no lograba transmitirme ninguna sensación palpable. Por lo menos eso había pensado hasta ese momento. La tarea titánica de unir las partes no hubiese sido posible sino hubiera leído nunca aquél libro de comunicación no verbal donde la autora mencionaba el asunto de las palmas de las manos. Según su teoría las mujeres anglosajonas muestran de manera inconsciente su interés hacia los hombres mostrándoles (a veces sólo por segundos) las palmas de las manos. Yo busqué centenares de veces en mis archivos mentales esa imagen en ella y no pude nunca encontrarla. Quizás había confiado demasiado en un solo libro.
Me miraba graciosamente mientras se disculpaba nuevamente por el asunto de la tos flemática. No era algo muy agradable ciertamente. Pero a mí no me molestaba tanto que digamos. Podría decir que es algo normal. Si uno está enfermo, irremediablemente tendrá efectos visibles de la enfermedad. Así, si uno está agripado, los estornudos y las flemas se convierten en algo habitual. Eso es lo que había sostenido toda mi vida. Entonces, por qué me sentiría ofendido ante el estornudo de una persona en el mismo salón. Claro que eso no implica que la otra persona tiene el derecho de literalmente sprayarme la cara. Pero ella no había hecho eso. Simplemente había tosido con una tos catarrosa y estereofónica que había inundado el salón de gargajos imaginarios. Porque esa es otra cosa muy interesante. Cuando uno escucha a alguien toser de manera tan flemática se imagina a uno mismo pasándose la sustancia salada por la garganta. Es algo normal. Es parte de la imaginación creativa que surge constantemente en nuestra vida diaria. Y eso no es algo asqueroso. Es algo normal.
Muchas veces no aceptamos la naturalidad de nuestra naturaleza humana. Me imagino que los europeos por eso no se bañan en nuestras tierras. Un antiguo profesor solía decir que los europeos aman locamente el olor natural del cuerpo.
Así que decidí mirar nuevamente el estante cercano y extraer uno de esos grandiosos volúmenes que contienen fotos aéreas de París. Ciertamente el Centro Pompidou resultaba discordante con el medio que lo rodeaba. La gran cantidad de edificios antiguos con su arquitectura clásica rodeando al monumento de tubos coloridos y brillantes que es el Centro. Si el objetivo del arquitecto fue llamar la atención del visitante, ciertamente que lo había logrado. Lo que hacía mejor el Centro Pompidou era llamar la atención.
Logré encontrar en medio de los versos olvidados uno que describiera el desorden aparente del universo y la entropía circundante cuando se senté nuevamente en la misma mesa. Ahora no buscaba señales ocultas ni a la vista entre las grandes cantidades de gestos y minúsculos movimientos de su cuerpo. Por un momento me pareció sentir los dedos de sus pies sobre los míos, pero ante la posibilidad de una confusión al respecto decidí hacerme el desentendido. Aunque siempre tengo algunas dudas al respecto, ciertamente mis paradigmas y mis mapas interiores podrían dar la impresión de un escenario irreal en el que me hubiese confundido irremediablemente.
Media hora más tarde me encontraba exponiendo mi Bande Desinée (BD) ante la enorme audiencia de cuatro personas asistentes al evento. Había estado buscando cerca de una hora en la Internet y ciertamente mi exposición no había quedado nada mal. Comencé por exponer un poco sobre los autores del BD, un ruso llamado Jigounov y un belga, ya fallecido, llamado Renard. Al profesor le llamó la atención el hecho de que Renard estuviese muerto y hasta preguntó más tarde cómo había ocurrido. Gracias a mis facultades de buen investigador yo ya sabía que había ocurrido en un accidente automovilístico en el año 1996. Luego comencé a introducir los personajes poco a poco. Primero apareció Günter con su minúscula agenda electrónica que guardaba todos los compromisos de su jefe. Manejando el carro en medio de la pista y luego lo de su “encuentro” con los miembros de la mafia. Luego la reunión con la rusa Donkova y la manera en que los espías habían logrado escuchar todo gracias a los micrófonos ocultos. Y más tarde el encuentro de Donkova con Morgan. Donkova también llamó la atención de la audiencia masculina porque era una rubia espectacular. No parecía para nada una rusa pobretona. No era en balde que había sido delegada para hacer la transacción de 470 millones y medio de dólares. Luego aclaré el asunto de que Morgan era Alpha, que Alpha era su nombre de agente secreto de la CIA que investigaba el caso y que la rusa no era solo la dueña de una galería de arte en Moscú sino también la esposa del Coronel de la KGB. Recordé entonces a Horowitz, el banquero, negociando aceleradamente la tasa de cambio con Donkova y el momento de la irrupción de los agentes en la sala donde el banquero le entregaría el maletín con el dinero.
Terminé la exposición luego de unas cuantas preguntas de la audiencia y esperé con paciencia el momento inexorable en que sonaría el timbre.
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