Me desperté
cuando los rayos del sol traspasaban las cortinas verticales de plástico y con
su tibieza característica matutina, calentaban, apenas perceptiblemente mis
brazos y mi cara. No sé por qué pero sentí ganas de que me hubiesen inyectado
el líquido azul transparente que habían inyectado en el brazo derecho de mi
amigo. Me limpié los rabillos de los ojos y luego de un bostezo extendido
volteé y miré el cadáver a un lado de los juguetes del niño. No sé por qué a
medianoche llegué a pensar que lo que había vivido no era cierto y que formaba
parte de una pesada broma de mi amigo. Luego, a medida que pasaban las horas y
el cansancio me golpeaba más fuerte que puñetazos de Alí en su pelea frente a
Cleveland Williams, en su época más brillante, lo había ido comprendiendo todo
desde el inicio.