En ese momento estaba recordando la escena de Good Will Hunting en donde Minnie Driver aparece sentada en la barra del Bar tomándose un trago y Ben Affleck comienza a hacerle plática cuando un “clon” de Michael Bolton surge de la nada hablando boberías de la economía de las trece colonias en un discurso para impresionar a Minnie y las chicas que la acompañan. Discurso que es certeramente aniquilado por una conferencia magistral de este chico: Will. Will, el genio de las matemáticas y el cálculo avanzado que trabaja limpiando los pisos del Massachussets Institute of Technology, mientras estudia química orgánica como pasatiempo.
Lo que más me gusta de la película es la conversación que tiene Will (interpretado por Matt Damon) y Chuckie (Benjamin Affleck) en un receso de su trabajo demoliendo edificios. Chuckie le dice a Will que él tiene algo especial. Es como si estuviera sentado sobre un boleto ganador de la lotería y le dice que en cincuenta años si aún está haciendo ese mismo trabajo sería un total idiota y sería el primero en darle un sopapo. Le dice que él está hecho para cosas más grandes y que le duele que siga perdiendo el tiempo compartiendo las noches en los bares y las cervezas con ellos. Es cierto que lo disfruta mucho, todo ese tiempo compartido con el resto de los amigos y sus andanzas en el viejo auto, pero sería una total pérdida de tiempo, una total pérdida de la vida el seguir ahí en la misma rutina teniendo esa capacidad diferente de hacer cosas grandes con el talento que tiene.
Entonces recordé aquel cuentecito que leí en un librito de Jorge Bucay en donde un pájaro desea, con el más ferviente deseo que cualquiera podría tener, aprender a surcar los aires y volar, libre, al viento. Su papá le dice que es capaz de eso y mucho más pero él, duda de sus talentos y a pesar de haber juntado el suficiente valor como para hacer un primer intento, se siente frustrado y triste por no haberlo logrado. Luego de caer apabullado por el golpe de su primera experiencia y escuchar los consejos de su padre, se queda callado y pensativo cuando éste le dice que para volar es necesario, al igual que para lograr los grandes triunfos de la vida, correr riesgos. Y cuanto más grande el riesgo de caer precipitado en el vacío de la nada, más grandioso y sorprendente puede ser el éxito alcanzado. Porque como me decían mis profesores de finanzas, el riesgo va de la mano con la rentabilidad, o el éxito como diría el pájaro a su pequeño crío.